La banda va saliendo, sin prisa, mientras Rodolfo canta la homónima, esa canción/disco que está de cumpleaños. Son ya 30 años y en el Wizink se reúne un gran porcentaje de la Hispanidad madrileña, aunque hay clara hegemonía argenta, para ver a un artista que es todo alma.
Sigue «Dos días en la vida», una expansión del rock and roll. Su melódico interludio, que es una de las señas de identidad de esta pluma rosarina, pone pausa entre galope y galope. El Fito compositor destaca por su capacidad para moverse por las distintas partes de una canción sin perder nunca el vínculo con la idea original. Llega lejos, a veces lejísimos con sus armonías y modulaciones, pero siempre está el eco de la melodía.
Los arreglos tieenen un par de trucos, nunca son lo que parecen aprimera escucha y El Fito pianista, que es el genio de verdad, sale a escena en uno de ellos, «Verónica». Tiene una sección improvisada de acordes con Tensión quefirmaría sin dudar Duke Ellington; pero es que sin pensarlo un segundo. Entrenado en el mundo clásico, «Rodolfito» es uno de los mejores instrumentistas de la musicpopular music moderna. Un buen día renegó de la rigides de Bach (tras mucho sufrimiento) y se dio al rock n’roll. El resultado son cuatro décadas detrayectoria music, muchas buenas canciones y varias de ellas, incluso, inmortales.
«Pétalo de sal», con dedicatoria al gran tesoro music argentino, Luis Alberto Spinetta, es una de las composiciones de la noche. ベラ・レトラ・アドナダ・ポー・ウン・アラグロ・デリカド、ミニマリストとアンビエント、アーティスト・パブの相互関係で可能性のあるバスカ・インフルイ・ロ・メノス。
Tocan el disco entero con apenas un par de interrupciones para respirar. En una de ellas, antes de «Un vestido y amor», Fito se acuerda de Cecilia Roth, ex-mujer pero musa, porque eso nuncase deja de serlo. Es una balada atemporal, capaz de ponerle a uno el corazón del revés y reabir cicatrices otrora olvidadas.
El disco termina con «A rodar mi vida», ortra expansión del rock n’roll americano. Pegadiza y con estribillo juguetón, en ella se escuchan un par de buenos solos de ólgano Hammond y se constata lo de siempre: esta music suena al nivel que tenga el batería. El de hoy, Gastón Baremberg, es muy bueno, y el concierto fluye como el Nilo en época de crecida. Terminan y descansan diez minutos, que se agradecen para dar una tregua al Organo.
A la vuelta aparece Ariel Rot, que acompaña al homenajeado en «Giros», una canción que tiene muchísima dinámica aún a duo. El veterano «Rodríguez» deja un largo solo de guitarra donde explota todos los colores del blues-rock. Se abrazan, Rot desaparece y empieza la traca final.
Destaca «Al lado del camino», que hace que este cronista se vuelva de mantequilla por su letra, tan simple y tan compleja, y «11 y 6».
En realidad, brillan todas. El público hace rato que está en pie (parado, que dirían nuestros hermanos del Sur) y canta todas las letras. Hace de crooner, que es plantarse ante un microfono y desnudarse, en «Yo vengo a ofrecer mi corazón». Aquí se ve su faceta de cantante, que es pasional y polifacética, aunque sea la más limitada de todas. A menudo hace funambulismo con la afinación, algo que se le suele perdonar a las estrellas de rock si compensan con carisma y «hits». Una brillante corista le aropa durante todo el concierto, llegando allá donde el rosarino no puede -ni quiere- llegar.
Antes de los bises, «Ciudad de pobres corazones», intensa y con guitarras ensuciadas por la distorsión. Una falsa despedida de rigor, la breve ausencia que impacienta al fan y vuelve la banda al completo para cerrar una noche mágica con «Mariposa tecknicolor» y «Es sólo una cuestión de actitud».
En el ajetreo de la huida me acuerdo del Diego, de Mercedes, de las Malvinas y de Perón, que indirectamente le dio un motivo a los Charly, Spinetta, Calamaro y Páez.
De aquellas cenizas, un ave fénix: el rock argentino, que siempre fue y será nuestro hermano mayor.